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Fotograma de la película

B.Ch.D

Hace poco, una película de serie Z que retrataba la vida del profeta Mahoma desde un punto de vista satírico y grotesco, prendió una mecha que llevaba tiempo apagada. La mecha del honor islamista, de la ira religiosa árabe, la más peligrosa de nuestro tiempo según muchos expertos. En la esfera religiosa, pocas culturas tienen tanta sensibilidad hacia lo sagrado como la musulmana. Demasiado sensibles para un mundo modernizado e informatizado, sobre el cual ha caído hace tiempo el velo de la cultura dominante a nivel mundial: la occidental, con todo su substrato norteamericanizado.

La crítica objetiva que puede hacerse después de ver la película “La Inocencia de los Musulmanes” es que es verdadera basura cinematográfica, como si al productor le sobrase el dinero y decidiera entre tirarle los fajos de billetes a los cerdos o hacer una película de broma burda. La calidad del “filme” deja a películas como la saga de “El vengador tóxico” como auténticas superproducciones.

A la comunidad musulmana mundial no le ha caído muy bien la chanza del cineasta, que firmó la película con el seudónimo de Meghina Ummat Islam. Se trata de un pueblo que tras las revoluciones de la “Primavera Árabe” se encuentra en estado de agitación, por si no habían dejado de estarlo tras los ataques occidentales a territorios como Irak, Afganistán, Libia… Son territorios donde la población acumula un poso de antiamericanismo como no podemos imaginar en Europa. Donde la fe en Alá se utiliza como reclamo para un pensamiento disperso. Como factor de unión ideológica. Oriente medio mantiene firme la creencia en que las esferas político-religiosa deben estar unidas. No hay separación de poderes. No hay constituciones realizadas por grandes hombres que reúnan y discutan leyes para todos, que refunden textos jurídicos, lejos de la opinión del imán.

Es bien sabido que la cultura occidental cree tener derechos sobre las demás culturas. Pruebas de ello fueron, por ejemplo, las cruzadas, el genocidio aniquilador de las culturas precolombinas, la época colonial o más recientemente las guerras por el petróleo. En occidente nos reímos de todo y de todos. En oriente se ríen más bien de poco o de nada.

Poco después vinieron las caricaturas de Mahoma en la revista francesa “Charlie Hedbo”. Una auténtica provocación a los ojos de los periódicos donde se les acusaba de irresponsables. Las revueltas violentas fruto de la ira por el tema de la sátira, o no, se cobraron la vida del embajador americano Christopher Stevens en Bengasi, Libia. Con esto se demuestra el clima de tensión en aquellos territorios. Cierto es, como dice el redactor jefe de la revista, Gerard Biard, que “la autocensura es el principio del totalitarismo” (http://bit.ly/VMFwaY ) Sin embargo no se puede enarbolar la bandera de la libertad de expresión como si fuera una licencia para hacer lo que se quiera. Es universal, si, pero tiene unos límites bien definidos.

El concepto de blasfemia es algo tan medieval que parece un anacronismo de diccionario. De aquella época en la que se castigaba con la muerte la entrada en un templo, o que se lapidaba a las mujeres por cometer adulterio. ¿Quizá no es tan lejano ese tiempo? Las leyes árabes no pueden pretender ser acatadas en el lado occidental, de la misma forma que no se puede pretender que un creyente musulmán encuentre humorístico el monigote a su religión.

Las religiones en general son instituciones anquilosadas, primitivas, retrógradas, represoras y apolilladas. No se merecen el sustento de las personas que son llevadas por su fe a cometer actos criminales, ni mucho menos el dirigir la vida de tales personas mediante un sistema de gobierno.

2 pensamientos en “Un Chiste sobre Mahoma

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